En esa Expedición Antártica llevábamos un arquitecto que se caracterizaba por su genio algo ligero y por las dificultades que encontraba en todos los trabajos que se le encomendaban Era todo un personaje conflictivo.
El patrullero Lautaro debía terminar el sondeo del paso que lleva su nombre, en el estrecho inglés, al norte de bahía Soberanía. Faltaba sólo un día de trabajo para regresar al continente. Lo malo estaba en que ese día era sábado 12, y como el comandante era supersticioso por ningún motivo quería trabajar al día siguiente, domingo 13. Inútiles habían sido todas las súplicas y argumentos para convencerlo.
Como argumento final, el segundo comandante le hizo ver que llevaban trabajando 70 días en la Antártica, y que hacía 30 días había nacido en Punta Arenas su primer hijo, al que quería conocer cuanto antes. Esto conmovió al comandante, y como excepción dio las órdenes para zarpar de madrugada y terminar el trabajo.
Cuando se realizaba la última línea de sondas, el vigía del palo da el aviso: “roca por la proa”. Para la máquina, atrás a toda fuerza, todo inútil; la corriente, muy fuerte, trasladó al buque lateralmente y lo lanzó sobre la roca. Golpe, escora de 15° a babor, salto y el casco pasa limpiamente al otro lado. El susto fue grande, pero no pasó nada. El examen de los buzos indicó que sólo se rayó la pintura.
No pudo haber una roca más molesta e incómoda, y por eso se le bautizó con el nombre de Roca Ripin, ya que éste era el diminutivo del nombre de nuestro arquitecto.
¡Ah!, otra cosa, el segundo comandante es ahora también supersticioso.
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Fuente : Revista de Marina N° 6/1983, publicada el 1 de diciembre de 1983.